Me llamo Lucía y tengo 49 años. Cuando empecé con la quimio, los primeros ciclos fueron terribles: náuseas, debilidad, no podía ni levantarme. Una amiga me habló de los factores de transferencia, y aunque al principio dudé, decidí probar.

En el tercer ciclo, algo cambió: seguía con el tratamiento, pero ya no me sentía tan destrozada. Dormía mejor, tenía más energía y los efectos adversos disminuyeron mucho. Mi oncólogo me dijo que era raro ver a alguien tan estable. Yo sé que fue gracias a ese refuerzo que mi cuerpo necesitaba.

Mi nombre es Juan, y lo confieso: al principio pensé que esto era otro invento para sacarle dinero a la gente. Me imaginaba al que lo vendía haciéndose rico a costa del sufrimiento de los demás.

Pero mi hermana no se rindió. Me lo explicó con calma, me mostró casos, y me insistió. Al final acepté, más por ella que por convicción. Hoy puedo decir que gracias a eso mi esposa pasó su tratamiento con más fuerza y menos dolor. Y yo… yo le estaré agradecido toda la vida.

Soy Carmen, tengo 56 años. Cuando me diagnosticaron cáncer, el miedo me paralizó. Decidí prepararme lo mejor posible antes de la quimioterapia, y empecé a tomar los factores de transferencia que me recomendó una terapeuta.

A las pocas semanas, me sentía con más energía de lo normal, sin síntomas… Cuando llegó el día del tratamiento, los médicos hicieron nuevos estudios antes de comenzar y… el tumor ya no estaba. Dijeron que era “una remisión espontánea”, pero yo sé que no fue casualidad. Fue una respuesta de mi cuerpo cuando por fin le di lo que necesitaba.